Tras mi propio rastro- Hechizos

jueves, 6 de enero de 2011

Wisteria


El gato andaba cabizbajo entre las ramas ennegrecidas por la sombra nocturna. El parque estaba vacío de perros y niños y adultos cuidándolos; era la hora de los insectos. Iba despacio contoneándose, atento al chillido constante del columpio y al de las hojas arrastradas por el viento, listo y ansioso de dar un zarpazo, morder un cuello. Miraba al frente sentencioso, con aquellos ojos profanos brillantes. Sus ojos brillaban, representantes de su cuerpo ahogado en el negro, brillaban sólo por si alguien los estaba viendo. El gato no salía durante el día, merodeaba los días y las estaciones bajo tutela de la madre de los mares. Saltaba de un árbol de noche, caminaba como de puntillas sobre la barda, saltaba otra vez, aterrizaba en el patio de una pequeña vivienda donde debe haber vivido el cómplice que lo alimentaba. Se quedaba sentado, contemplativo, frente a la ventana. Algunos dirán que veía nostálgico hacia adentro, yo digo que sólo miraba su reflejo.

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