Tras mi propio rastro- Hechizos

jueves, 24 de junio de 2010

Tundra

Ibamos a recrear una antigua mañana particular para Elisa. El zoológico sería el mismo por el que ella caminó años atrás, yo sería ella: una mujer trasnochada con el corazón roto que va hastiada y dolorida por la ciudad, quién sabe si buscando o huyendo.
El primer paso para encontrar alivio es siempre detenerse un momento para quitarse los tacones y sentarse a llorar en un rincón discreto, esconder la cara, darle resguardo de lo que ha tenido que enfrentar en nombre de la locura y la estupidez. Segundo paso: arriba y andando, a ratos con la culpa punzando en la cabeza, a ratos en blanco, dispuestas a seguir hasta la última vuelta, el último muro o el último espejo. Porque aunque lo olvidemos creemos... Ahí, ahí, algún lugar; en algún recoveco, entre los sonidos de una palabra, entre dos miradas, junto a una esquirla atrapada en el fondo del mar, hay algo.
Vamos, ella sin dirección y desesperanza y yo repitiendo sus pasos que me han sido relatados, llevándola hacia su catarsis. Llegamos a la zona que alberga especies de la tundra. Bajamos, abajo es un pasillo curvo azul turquesa cuyas paredes consisten en ventanas hacia los tanques. Estamos frente a la vitrina, llenas de pesadumbre, tomadas del pasamanos enmugrecido, anonadas por el agua y sus juegos con la luz.
Algo entra en el agua de golpe, su enorme cuerpo blanco se mueve ágil y grácil bajo el pelaje que baila, sus garras negras hacen surcos en el agua que tiene alrededor. Voltea la cabeza hacia mí, nos miramos un segundo y mientras continúa nadando yo sigo contemplando su ligereza y mi mente flota como ella, la tristeza y el odio hacen silencio, todo lo que escucho son sus movimientos que imagino. Flota: me conecta tal vez con que todos los seres y materia existente encuentran alivio a su peso, incluso los planetas. Aquí está aquella Elisa sintiendo la ligereza de su alma de nuevo gracias a un hueco en el espacio, aquí está Elisa junto a mí emocionada por filmar a la osa nadando y aquí estoy yo, conmovida y sonriendo. La belleza ha vuelto. Llegamos a La Estrella.

jueves, 17 de junio de 2010

Más vistas dobles.


En la estación la gente esperando al metro era muchísima, apenas dejaban tras de sí un pasillo para una persona y media. Caminé hasta el extremo exclusivo para mujeres, niños y discapacitados y tal como esperaba había menos gente. Pasaron más de diez minutos y los vagones no llegaban, el que teníamos enfrente (el que corre hacia el lado opuesto) tenía tanto tiempo parado como yo esperando (dando vueltas) y me atrevo a afirmar que aun más, unas tres veces hizo ruidos como si estuviera por partir, lo que hacía que la multitud de este lado se agitara. Puñados de minutos, de 6 en 6, después llegó el ansiado transporte -atestado- y las caras de quienes lo llenaban eran de absoluta desesperanza. Encontré un lugar, dudé de él por estar vacío pero lo tomé. Pregunté a la señora sentada frente a mí si había tardado mucho en salir de la estación anterior, respondió que sí... Tardó y tardó y tardó en las siguientes tres estaciones.
Cuando finalmente dejé el transporte colectivo para iniciar mi larga caminata por la calle de Campeche noté algo distinto: nadie más caminaba, el trayecto se veía vacío, sin peatones, sin autos... Comencé a pensar en el clima: nublado y frío, ha estado así por varios días y algunas veces las apacibles nubes lanzan cataratas contra nosotros (ayer, por ejemplo llovió sobre mi ropa desprevenida dos veces). Tenía sentido y mientras avanzaba y veía los edificios de departamentos me regocijaba imaginando frazadas, té, parejas en cama viendo películas, perros acurrucados. Así, mientras yo fantaseaba con la vida ociosa de estas personas me asaltó viniendo de todos lados un grito en coro que decía GOOOOOOOL!! todos los lugares que antes vi plácidos, cálidos y abandonados ahora se revolvían ante la anotación de México. "Todo" cobró sentido de nuevo, qué tonta -como si no fuera jueves a las 3 de la tarde.
Un poco adelante un conductor me preguntó por la calle de "Astrodan" y yo, confusa, le respondí si se refería tal vez a la calle de "Ámsterdam", él, aliviado respondió afirmativamente, le indiqué la dirección y ambos seguimos nuestros caminos. Me fui pensando en lo perdidos que estamos.


lunes, 14 de junio de 2010

Sinsentido

Me confundo. Estoy sentada, esperando, esperándote y creo escuchar el sonido de tu auto acercándose; finjo incredulidad sólo para calmar mi próxima desazón al darme cuenta de que, como bien sé, no eres tú ni vas a serlo. Puedo poner un número límite, decir: después de 26 carros dejo de esperar, y aun entonces mis células seguirán insistiendo en que sienten la atracción que causa tu llegada. Falso. No habrá llegada, no esta en la agenda. La agenda bajo la que vivimos la rige la X carta (local) del Tarot que funge desde la masa cerebral de un individuo al mismo tiempo arrojado al precipicio y atado de un pie. Yo no sé de la Fortuna, sólo adiviné hace tiempo algo de la mía: la gira un diablillo que me odia.

sábado, 12 de junio de 2010

Ver la misma cosa


Caminaba: paseaba a Reiko. Sin darme cuenta alcé la vista para ver el edificio del otro lado de la calle, del lado izquierdo. Sin percatarme fui viendo la barandilla de roca que se perfilaba en lo alto contra el cielo nocturno, vi pilares idénticos sucederse: peones pegados con cemento al borde, mi mente descansaba acurrucada en la secuencia y de pronto una nueva figura la hizo reaccionar, esta también se repetía, pero sin regularidad. Parecía una figura humana petrificada, parecía llevar un sombrero. Conforme seguí acercándome la confusión fue incrementando: ¿por qué querrían hacer creer que hay alguien ahí arriba?, ¿de qué año es este edificio?... Me sentí acechada. Las preguntas seguían corriendo mientras contemplaba al chino guardián, lo veía con recelo, con fascinación, con entusiasmo al pensar en quién lo decidiera poner ahí, intentaba vislumbrar sus facciones a pesar de la gran distancia a la que nos encontrábamos. La caminata me acercaba y de un instante a otro el vigilante se apagó, desapareció al negro de un pilar con plato decorativo. Me percaté entonces, inmediatamente, de la regularidad de estos ornamentos. Extrañé al guardia.

jueves, 10 de junio de 2010

No es nostalgia

Hubo un tiempo, hablo de un tiempo mío en el que era una niña y hasta no hace mucho, en que el acto de escribir era distinto. Había que verse la cara en los trazos de las letras que dibujábamos, había que detenerse un momento con la punta de la pluma (de la lengua) en el papel mientras buscábamos la siguiente palabra adecuada y a veces la tardanza se imprimía en una mancha; el error en una serie de líneas superpuestas a las palabras, oraciones y hasta preposiciones equivocadas. Las líneas que intentábamos horizontales y que regularmente tendían a escaparse estaban llenas de subíndices indicando cambio de palabra, había flechas hacia todas direcciones redireccionándolas también. Siempre resultaba evidente la duda y la excitación en los cambios de letra: continuo y apretado para la claridad y lento y grande para la duda. A veces una hoja en blanco sólo lograba ser vencida con el comienzo de una frase que no encontraba eslabones dentro de una tentativa de narrativa forzada en mi cabeza.
Cuando una idea lograba aclararse entre tanto lío formal, si me gustaba, había que pasarla "en limpio" a una nueva hoja, y esa hoja llevaba consigo, tras de sí, muy en el fondo, la otra sí misma: la de las manchas y las flechas y los borrones de odio, la que guardaba el secreto del tránsito de una idea a su traducción al sistema. El mapa de los estragos de la mente.
Ahora no hay evidencias. Nuestros productos aparecen inmaculados, sin memoria. Nuestros dedos han dejado de danzar por las palabras, sólo dan saltos.