Tras mi propio rastro- Hechizos

domingo, 13 de enero de 2013

Una niña en el metro

Estaba toda vestida de mezclilla y traía un pequeño bolso rosa, iba muy atenta; como si estuviera cuidando a alguien, pero iba sola. Debía tener unos diez años. Usaba un aparato para la sordera. Su piel era morena e impoluta y a cada lado del rostro le colgaba una trenza de la que salían muchos pelitos crispados. 
Pasó una estación. Estaba sentada a mi lado y yo no podía dejar de mirar sus mejillas llenas y los ojos ligeramente rasgados. Tenía la bolsita sobre el regazo y las dos manos sobre ella.
Tuve ganas de acomodarle el fleco, acariciarle la cabeza, darle una frase, una palabra que la consolara en los años venideros cuando su piel dejara de ser perfecta, sus facciones se tornaran duras y su sordera insoportable. Me quedé mirándola dos estaciones más y pensé en que a ella también le llegará el día en que querrá desaparecer y me hubiera gustado darle un talismán contra la tristeza, tal vez porque me recordó a mi hermana cuando tenía esa edad y quise redimirme.
Se bajó del vagón y yo me puse a escribir.