Tras mi propio rastro- Hechizos

lunes, 6 de enero de 2014

Aeropuerto

Me quedé sola con mis dos maletas. Se llevaron a Reiko en una jaula y mi papá y hermano caminaron hacia la salida. Cuando nos despedimos no pude verlos a la cara porque no quería que se dieran cuenta de que el llanto me había vencido desde que mi papá anunció que tenían que partir. Tampoco pude pronunciar ninguna despedida para no estallar en sollozos; me limité a abrazarlos y esconder el rostro, pero sé que sabían perfectamente que estaba llorando.
Apenas es cierto que la gente llora en los aeropuertos, hasta la fecha no he visto a nadie excepto en mi reflejo. Los niños me ven extrañados, debe parecerles curioso que alguien de mi estatura tenga la cara roja e hinchada con ríos corriéndole en todas las direcciones, igual que ellos cuando su mamá no los deja ir a jugar hasta que terminen su plato de comida.
No sé si quienes me pidieron mi pase de abordar, identificación, colocar mis pertenencias en una cesta y extender los brazos y dar la vuelta se dieron cuenta de las lágrimas, sospecho que no, pero tampoco esperaría un abrazo o una palabra amable de ellos.
Luego de pasar por los retenes salí corriendo al baño con la esperanza de poder chillar en paz, pero resultó imposible porque había una mujer hablando por teléfono sobre regalos de Navidad. Me limité a descongestionarme la nariz y llorar de forma queda un rato hasta que sentí que podía salir y controlarme, pero no fue así.
Una señora compró un sandwich por cincuenta y cinco pesos y me pregunto sobre qué estarán conversando mi papá y mi hermano mientras van de regreso por la carretera y los ojos se me inundan de nuevo. Menos mal que traigo mascara a prueba de agua. Tal vez debería encerrarme en el baño hasta que abordemos porque tengo muchos mocos y lágrimas y comienza a ser vergonzoso estar escribiendo para ocultar la cara y sentirme tan triste por tomar un vuelo de tres horas que me lleve de regreso al lugar hacia el que hace seis años tanto deseaba escapar. Los niños siguen merodeando a mi alrededor. 
Prometo ya no llorar. Ya tengo la cara hecha un tomate, cualquiera diría que me dirijo de emergencia para reconocer el cadáver de mi madre en el Distrito Federal.
En la fila para comenzar el abordaje un señor me dijo "disculpe, Dios la ama" y sin ganas de comenzar una discusión sobre Teología, asentí.