Tras mi propio rastro- Hechizos

domingo, 17 de junio de 2012

Domingo lluvioso

Estaba nublado desde que desperté, pero no llovía aun. Postergué el paseo de Reiko todo lo que pude, esto es, hasta que comenzó a chillar alrededor de mí mientras hablaba por teléfono y corría a tocar su cadena con la nariz y luego se sentaba junto a la puerta, haciendo ruidos que yo interpreto como mezcla de reclamo, desesperación y entusiasmo. Muy parecido a la película de 101 dálmatas, excepto que yo no componía ninguna pieza musical, solo iba de una página a otra en internet y nutría mis boards de Pinterest. 
Comenzó a llover poquito e ingenuamente me dije que era hora de ir, antes de que empeorara el clima y el humor de Reiko. Salimos. Conforme avanzábamos las cuadras que nos llevan al "parque" (no se puede hablar de parques en esta área del Centro) la lluvia se volvió más intensa y regular. 
En la calle de Regina (el parque) me senté en un rectángulo seco gracias a la terraza apenas saliente de algún departamento arriba y le quité la cadena a Reiko. Ella se sentó a mi lado. Las dos veíamos cómo la lluvia no paraba y mantenía y ampliaba su espejo sobre los adoquines, o al menos yo lo veía, Reiko quizás veía al otro perro con sus amos, a varios metros, resguardados los tres en la entrada de un edificio.
Caminamos un poquito más bajo la lluvia hasta el área verde, creí que quizás no le importaría mojarse a cambio de correr un poco, pero corrió un poco y de inmediato volvió conmigo a donde no caía tanta agua y se sentó; después de todo no es el perro intrépido que yo creo que en el fondo es. 
Así que volvimos a la franja seca, como cucarachas, y regresamos a casa.

sábado, 9 de junio de 2012

Ventana y terraza

Cuando abro la ventana Reiko se asoma la primera vez muy entusiasmada, alarga el cuello hacia afuera y mueve la cola, se queda ahí un momento, absorbiendo -yo supongo- la luz, los olores, los ruidos. Después regresa a recostarse en algún rincón del departamento y vuelve con intermitencia descuidada al cuadro de afuera.
A veces, en la terraza que se ve desde la misma ventana, la de un departamento en el piso de abajo, ronda otro perro. Reiko debe escuchar el tintineo de sus uñas cuando sale y camina sobre las losas de cerámica, porque de inmediato da un salto y corre hacia la ventana. Se miran, no ladran, no gruñen, no chillan. Permanecen quietos mirándose, con la noción de que algún tipo de vacío los separa, yo diría la muerte, pero ellos simplemente no saltan para tocarse. No son tontos. Tienen en medio escasos siete metros de aire y ninguno de los dos se inmuta porque no los puedan atravesar para mordisquearse las orejas y correr el uno tras el otro.
Una gaita toca frenética y repetitivamente la melodía de "Cielito lindo", y si yo tuviera colmillos y fiereza me lanzaría y le despedazaría la garganta al sujeto que la hace sonar.