Tras mi propio rastro- Hechizos

miércoles, 5 de junio de 2013

Después del cine

La película me absorbió el ánimo. Vació mi capacidad para responder al mundo. El cine suele ser fácil de complacer -al menos las películas que yo voy a ver-, siempre sé qué esperan de mí: que me maraville, que las odie, que llore o que sienta ganas de cambiar mi vida. Ganas de cambiar mi vida. 
Salí de la función seca y confundida, sola. Regresar al mundo tridimensional es todo un trauma desde ese espacio negro y controlado que no exige operaciones complejas como responder ante la pobreza, la violencia y la intrascendencia.
Me siento sola. Tengo miedo de que mi depresión haya vencido a la cápsula de liberación prolongada que se suponía que la iba a erradicar de mi sistema, tan simple como las palabras lo dicen. Tengo miedo de que el caballero Symbyax yazca descuartizado en algún rincón de mi cuerpo. No quiero estar deprimida, pero no puedo dejar de sentirme sola y extraña. Extrañamente solitaria. 
Ya no confío en los antidepresivos, mejor me tomo un ansiolítico, me lavo la cara y me duermo.