Tras mi propio rastro- Hechizos

lunes, 30 de septiembre de 2013

Cuasi tragedia

Una de las historias que serían increíbles si tan sólo no habrían surgido de "la realidad", sería el homicidio accidental que estuve a punto de cometer mientras cocinaba.
Con lo distraída que soy y lo entrometida que es Reiko el índice de catástrofes potenciales crece. Yo cortaba papas con el cuchillo más grande del arsenal, ya antes me han reprendido por cortar en dirección a mi pecho, ya antes me he golpeado la cara por aplicar mal la fuerza y hoy, mientras daba unos pasos ciertamente sin rumbo ni objetivo, empuñando el cuchillo en la diestra, Reiko se cruzó en mi camino y estuve a punto de apuñalarla. A decir verdad la imagen es bastante ilustrativa, dos entes vacilantes siempre a punto de matarse el uno al otro. Las pelotas mal puestas de la perra ya muchas veces han atentado contra mi columna vertebral.
¿Qué habría sido de mí? ¿Cómo se lo explicaría al psiquiatra?
Del pastel de papas directo al manicomio, tendría que llamarse mi libro de memorias.

domingo, 22 de septiembre de 2013

Siete minutos, más o menos

Ya mucho se ha dicho sobre el influjo que tienen los domingos sobre las personas que se encierran en su departamento, abatidas por la idea del lunes, creando una fortaleza temporal entre las sábanas y mirando fijamente la pantalla del televisor. 
Sin querer se encontró parada junto a la estufa leyendo un libro de cuentos de una escritora "feminista". Leía mientras se aseguraba de que la sopa no se pegara al fondo de la olla. Las burbujas subían, los gritos entusiastas de la calle que vendían trajes al tres por uno subían también y resultaba difícil concentrarse en las palabras estáticas que relataban prolongaciones de segundos en las conciencias artificiales de personajes apenas esbozados. 
Las preocupaciones sobre envíos de paquetes, dinero y la insuficiente limpieza de la cocina cruzaban como helicópteros ruidosos su concentración en el texto. Demasiado ruido era la constante de sus días, aún cuando a veces el ambiente se encontraba limpio. Cuando no se podía concentrar, un ligero dolor de cabeza comenzaba a apoderarse de la escena. El ruido era tal que sentía ganas de ponerse a llorar, romper el contrato de arrendamiento y mudarse a una habitación de paredes acolchadas, aislada de cualquier vibración audible proveniente del exterior.
En cualquier momento la sopa estará lista y el cuento va a haber llegado a su fin.