Tras mi propio rastro- Hechizos

viernes, 30 de diciembre de 2011

El paciente

La caminata hasta el consultorio fue tortuosa. Masas de personas balanceándose con torpeza inundaban las calles y las banquetas. La Alameda es ahora un parque de diversiones y, como el doctor no ha llegado, salgo del edificio y me siento en los escalones de un gran juego mecánico muy colorido que aun no está en funcionamiento. A unos pasos de mis pies veo algunos objetos que han sido barridos: un volante doblado, tres huesitos de pollo, tres colillas de cigarro, un pañuelo grasiento, mugre, un boleto de lotería sin suerte y un ratón seco con las patas y las piernas pintadas de azul marino. Un montón de desechos. La ciudad nos acumula.

sábado, 24 de diciembre de 2011

Navidad

Me pregunté qué pasaba hace un año, en el molde del calendario en el año pasado. Los registros indican pérdida de peso y de inspiración. Ahora estaría ayudando, aunque con bastante indulgencia, a mi madre a preparar la cena, hoy sería noche de envoltura de regalos; mi parte favorita del evento, probablemente tendría las piernas adoloridas por las compras hechas con prisa. Me acercaría al árbol para olerlo, pediría a mi hermano que bajara el volumen de la televisión para poder leer. Saldría a fumar un cigarro y miraría alrededor con una sensación entre nostalgia y culpa por no vivir más con mi familia, el frío sería reconfortante. 
Bajo esta nube de suposiciones, del otro lado de la proyección, me encuentro varada en el edificio número treinta y nueve. Hoy no hubo electricidad durante el día. Ahora estoy en Starbucks y tengo miedo de volver a casa, de prender la luz y encontrarme sólo con la miseria de mi piso no adornado, polvoriento, lleno de pelos, la luz debería permanecer apagada. En el triángulo, el único, que no puedo ver cuando abro la puerta, se agita de emoción Reiko, la estrella navideña de este año.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Almas y hojas

Aquellas hojas no terminaban de caer. En el cuadro apenas se mueven, bajan; creemos, pero después de algunos años sin verlas tocar el suelo comenzamos a sospechar que, entre parpadeos, retroceden hacía las ramas, vuelven a ellas como enamoradas. 
Bajan, amarillentas, azucaradas. Llaman para avisar que ya casi llegan y las almas sedientas de la tierra, ciegas, crédulas, alzan las manos, acercan las bocas, los sexos ansiosos y las hojas no llegan al suelo.
Las almas no las pueden tocar porque las hojas están superpuestas en nuestra pupila, son cataratas, manchas, no son más que motas de polvo fijadas en el cristal.