Tras mi propio rastro- Hechizos

sábado, 26 de noviembre de 2011

Línea azul

Aquel hombre hacía, como la mayoría de nosotros, lo que le resultaba más natural: exponía su condición marginal por los vagones del metro y las avenidas más concurridas, esperando a cambio una moneda. 
Si podía hablar era un misterio para los que lo veíamos deambular por la vía pública. Los instrumentos con que cargaba eran curiosos; una botella de refresco enorme con el cuello cortado, llena de bordes hechos a mano y adornada toda con brillantina y un peine rosa fucsia colgando de un cordón atado a la botella, el peine servía para rascar las lonjas del envase y producir un sonido apagado y arrítmico, que acompañaba con una serie de mugidos provenientes de su estómago, como la voz articulada del hambre. Su boca gesticulaba más de lo que producía, parecía que estuviese buscando aire, parecía estar tomando interminables bocanadas, sin saciarse. Parecía estar a punto de decir algo. 
Era el monólogo mudo de un durmiente, pero con los ojos abiertos, muertos, sin dientes, cercados por una prominente barba descuidada y sin descanso. Del otro lado del mundo, a un par de metros, otro mudo del vagón  balbucía para nadie, con su pluma, la silueta del vagabundo. 

martes, 1 de noviembre de 2011

Noches de noviembre

El que me hubiera visto bajar del elevador con los ojos hinchados, acuosos y la nariz enrojecida y llena de mocos, sosteniendo mi basura orgánica muy cerca de mi pecho -Reiko y dos mosquitos eran la única cosa viva en el elevador- habría tenido varias opciones para adivinar; el estúpido pensaría que lloraba porque tenía que tirar mucha comida intacta, el sardónico diría que lloraba por haber perdido la correa de mi perra, el cursi sentiría que lloro porque vivo sola en el último piso: "una muchachita tan jóven y callada, tan solita", porque no debe ser fácil estar sin la familia -y habría acertado un poco-, el cruel creería que invento mis estados de ánimo y me paseo con ellos para regresar a mi cueva a escribir al respecto. Por fortuna mis vecinos se procuran una vida fuera de los pasillos que Reiko y yo recorremos intentando olvidar, sólo el no-vecino malvado, el izquierdo, el ojo que veo por el rabillo del mismo círculo que ve... ni se muda ni se calla.