Tras mi propio rastro- Hechizos

martes, 3 de diciembre de 2013

Casi miércoles

Reiko se ligó a un argentino bastante guapo en la entrada del Oxxo. Parece ser que mi perra atrae al tipo de hombre que a mí me gusta: alto, cabello ligeramente cano, ojos verdes y dispuesto a discutir con el cajero por trivialidades en torno a un encendedor. 
Se acercó a ella cuando intentaba dejarla sentada junto a la puerta para poder entrar y comprar una lata de comida para perro y una botella de agua. Desde la semana pasada la comida de Reiko se terminó, y como mi portera estuvo de vacaciones, hace cuatro días que el garrafón de agua se vació y he sobrevivido comprando botellitas caras. Todos los días bajo a comprar esas dos cosas. 
Entré al Oxxo, fui primero por la comida de perro y luego por el agua y a lo lejos veía cómo el guapo se ponía de rodillas para abrazar a mi perra. Vi sus zapatos porque no me atrevía a verle la cara, tan atractiva como era, temía fracasar en mi intento por disimular fascinación igual que fracasé antes en el intento de hablar cuando primero se acercó a saludar.
Esperaba que mi tarjeta resultara aprobada. A unos pasos veía cómo ponía su cabeza junto a la de ella y la acariciaba, Reiko movía la cola, la misma Reiko que unos minutos antes estaba meando como machorra las esquinas de todos lados en Gante, mientras yo me sentaba a verla, asegurándome de que, en celo como está, no huyera con algún tipo guapo de mediana edad y me dejara ahí sola, parada en la caja de un Oxxo, con la hoodie negra y vieja llena de pelos, con la cara de cansancio y el cabello desgreñado, seguramente. 

jueves, 24 de octubre de 2013

Tres días sin sol

Sentía cosquillas en los labios pero no ganas de hablar, ni ganas de escribir. Cada que alguien me hacía una pregunta el instinto me dictaba huir hacia el interior del horno prendido, de las páginas de un libro cerrado o llanamente mentir. 
Miento porque no tengo alternativa, la verdad es un ente difuso e inaccesible. Inexistente. 

La verdad ahora es crema dulce de coco y los pies calientes debajo de un perro enfundado en un suéter azul de lana y risa espontánea de estúpida, un poco de culpa, un poco de acidez estomacal, todo es culpa del topiramato, planes para el domingo, cosquillas en los labios, -a nadie le importa esto-, la verdad ya no me importa porque hace frío pero yo tengo los pies calientes debajo de Reiko y hoy el sol salió a las seis de la tarde para recodarnos que existe y despedirse de nuevo. 

lunes, 30 de septiembre de 2013

Cuasi tragedia

Una de las historias que serían increíbles si tan sólo no habrían surgido de "la realidad", sería el homicidio accidental que estuve a punto de cometer mientras cocinaba.
Con lo distraída que soy y lo entrometida que es Reiko el índice de catástrofes potenciales crece. Yo cortaba papas con el cuchillo más grande del arsenal, ya antes me han reprendido por cortar en dirección a mi pecho, ya antes me he golpeado la cara por aplicar mal la fuerza y hoy, mientras daba unos pasos ciertamente sin rumbo ni objetivo, empuñando el cuchillo en la diestra, Reiko se cruzó en mi camino y estuve a punto de apuñalarla. A decir verdad la imagen es bastante ilustrativa, dos entes vacilantes siempre a punto de matarse el uno al otro. Las pelotas mal puestas de la perra ya muchas veces han atentado contra mi columna vertebral.
¿Qué habría sido de mí? ¿Cómo se lo explicaría al psiquiatra?
Del pastel de papas directo al manicomio, tendría que llamarse mi libro de memorias.

domingo, 22 de septiembre de 2013

Siete minutos, más o menos

Ya mucho se ha dicho sobre el influjo que tienen los domingos sobre las personas que se encierran en su departamento, abatidas por la idea del lunes, creando una fortaleza temporal entre las sábanas y mirando fijamente la pantalla del televisor. 
Sin querer se encontró parada junto a la estufa leyendo un libro de cuentos de una escritora "feminista". Leía mientras se aseguraba de que la sopa no se pegara al fondo de la olla. Las burbujas subían, los gritos entusiastas de la calle que vendían trajes al tres por uno subían también y resultaba difícil concentrarse en las palabras estáticas que relataban prolongaciones de segundos en las conciencias artificiales de personajes apenas esbozados. 
Las preocupaciones sobre envíos de paquetes, dinero y la insuficiente limpieza de la cocina cruzaban como helicópteros ruidosos su concentración en el texto. Demasiado ruido era la constante de sus días, aún cuando a veces el ambiente se encontraba limpio. Cuando no se podía concentrar, un ligero dolor de cabeza comenzaba a apoderarse de la escena. El ruido era tal que sentía ganas de ponerse a llorar, romper el contrato de arrendamiento y mudarse a una habitación de paredes acolchadas, aislada de cualquier vibración audible proveniente del exterior.
En cualquier momento la sopa estará lista y el cuento va a haber llegado a su fin.

jueves, 29 de agosto de 2013

Las formas misteriosas

Las bragas tienen un promedio de vida corto. Tienen un potencial altísimo de perderse y de arruinarse, las muy bonitas se rasgan con el más leve jalón, con la más leve muestra de entusiasmo, en las lavanderías simplemente desaparecen, anónimas, en el torbellino de prendas íntimas que une a unos con otros en perfecta armonía. Nadie cree que sea posible, (pero acabo de escuchar a mi vecina de un piso abajo gritarle a su perro que ladraba "¡ya!"), pero en situaciones de prisa o de incomodidad salimos corriendo de casas desconocidas sin calzones, esperando que en nuestra ausencia nos representen con dignidad. 
Alguien tocó a mi puerta por la tarde, era una chica con un acento sudamericano que no logré identificar. Reiko le saltó en la cara y la hizo retroceder muchos pasos en el pasillo. Venía a preguntar si podría usar mi secadora de ropa, mintió sobre sus razones, por supuesto, pero esas cosas no se niegan. Sobre todo si alguien tiene la desvergüenza de preguntar. 
Cuando fui al cuarto de lavado encontré sus pequeñas bragas azules de encaje en el piso, prueba última de que no eran las sábanas de su anfitriona lo único que quería secar, junto a ellas había un calcetín. Tomé ambos trapos y me dirigí a su puerta con una sonrisa irónica en el rostro -sospecho-. Nadie abrió la puerta, toqué de nuevo, Reiko movió el tapete de bienvenida. Nadie respondió. Dejé sus prendas colgadas de la chapa, en memoria de todos los calzones que aún lamento haber perdido.

domingo, 28 de julio de 2013

Somewhat

Me pregunto si se pueden sobrevivir setenta años sumida en la indiferencia, en medio de un bostezo. Estoy ahuecando mi cama de tantas vacaciones. El hoyo negro sigue succionando todas las posibilidades de felicidad, cifrando nuevas cada vez más complejas.
No hay miradas interminables al techo sin grietas de mi departamento, como las novelas me enseñaron que hacen los protagonistas tribulativos. Las grietas del techo van bien con las dudas existenciales, y como yo no tengo más pesares que no poder comprar un par de botas caras, mi techo se mantiene uniforme.
Entre los asuntos más relevantes que encuentro en mi vida está que volvió mi hábito de morder y chupar la ropa que traigo puesta; nunca la doblada, por ejemplo, ese las monjas me lo quitaron alguna vez y no sé si ahora puedo erradicarlo sola.
Tengo que decirle al psiquiatra que me distraigo fácil, que el decorado de cartón se cayó otra vez del escenario, que la ansiedad se viste de alergia, que los párpados se me están obscureciendo. Que estoy harta de pasar los días esperando, esperando...

Es una inmensa cobardía seguir tirada en esta cama y no estar volando por la ventana.

martes, 9 de julio de 2013

Un gesto

Me puse por primera vez la chamarra que compré cuando la temperatura estaba alrededor de los treinta grados. Últimamente en nuestros paseos nocturnos hace frío y el viento sopla en Gante. Hoy estrené. Durante un rato me dedico a lanzarle la pelota a Reiko, perseguirla, gritarle, felicitarla, me convierto en su payaso y ella en la reina.
Estoy acostumbrada a que a media noche la gente se nos quede mirando, parece ser que hacemos una pareja vistosa. Ella feliz y yo medio muerta, pálida y abatida. Algunos transeúntes se acercan, a los vagabundos les gusta saludar a los perros y preguntar sus nombres. Ya no les temo, aunque algunos me ponen nerviosa.
Pasó un comerciante de la calle con una bolsa negra de plástico al hombro, desde lejos vi cómo dirigía sus pasos para pasar a nuestro lado y cómo, ya más cerca pero habiéndonos pasado, se quedó de pie hurgando en su bolsa. Fingí no darme cuenta. Tiré la pelota. Me concentré en la misión de cansar a Reiko.
De repente estaba a mi lado ofreciéndome una rosa, preguntando si podía regalarme una flor. Lo miré esperando que diera el precio para poder decirle que no cargaba más que mis llaves pero él guardó silencio y tras una breve pausa preguntó de nuevo. Dije que sí y estiré la mano, todavía dudosa. Sostuvimos la mirada. Era joven y bien parecido. Me pasó la flor y se dio la vuelta. No sé si sonreí. Me quedé ahí parada, un poco sorprendida y pensando en las posibles formas en las que esta rosa podría llevarme a ser secuestrada y violada.
Ahora la flor está bien acomodada en una botella, sobre mi escritorio. Venenosa tal vez.
La ciudad está llena de mitos, de miedo a los desconocidos. 

miércoles, 5 de junio de 2013

Después del cine

La película me absorbió el ánimo. Vació mi capacidad para responder al mundo. El cine suele ser fácil de complacer -al menos las películas que yo voy a ver-, siempre sé qué esperan de mí: que me maraville, que las odie, que llore o que sienta ganas de cambiar mi vida. Ganas de cambiar mi vida. 
Salí de la función seca y confundida, sola. Regresar al mundo tridimensional es todo un trauma desde ese espacio negro y controlado que no exige operaciones complejas como responder ante la pobreza, la violencia y la intrascendencia.
Me siento sola. Tengo miedo de que mi depresión haya vencido a la cápsula de liberación prolongada que se suponía que la iba a erradicar de mi sistema, tan simple como las palabras lo dicen. Tengo miedo de que el caballero Symbyax yazca descuartizado en algún rincón de mi cuerpo. No quiero estar deprimida, pero no puedo dejar de sentirme sola y extraña. Extrañamente solitaria. 
Ya no confío en los antidepresivos, mejor me tomo un ansiolítico, me lavo la cara y me duermo.

martes, 7 de mayo de 2013

Contrapeso

Algo tenía que ser. La indiferencia ante las ollas con comida podrida, el dolor en el costado izquierdo, las ganas de amurallar la cama y desaparecer, la ansiedad incansable que la mantenía despierta y acalorada por las noches. Cada causa ha de tener su efecto. Olvidar vasos en el congelador no puede ser un acontecimiento completo en sí mismo. Tal vez el ruido, el polvo, la gente, el sol, eran las uñitas que escarbaban en su seno derecho. Pero no podía ser, era todo muy trivial para ser contrapeso de esos llantos, de esas ganas de pincharse las orejas y correr directamente hacia las paredes. Así que si todo estaba tan bien; la infancia, la familia, la pareja, el perro, el cuerpo, debía tratarse de cuestiones químicas y eléctricas. Los contrapesos imaginarios de los condenados. 

lunes, 29 de abril de 2013

Otra forma de colmo

Se me volvió costumbre llamar a los días malos, hasta he ampliado mi lista de adjetivos para incluir sutilezas y que este malestar no suene tan tedioso. Aparte de las nimiedades de denominación, hay un monstruo con patas y cuernos y colas que se instala sin miramientos y no importa cómo lo llame o si pretendo ignorarlo, causa sus estragos en mi ánimo sin compasión. Síndrome premenstrual no hace justicia a su naturaleza diabólica. 
Al salir de clases me consolé el hambre pensando que cuando llegara a casa había un envase de queso Philadelphia con pasta puttanesca que preparé hace una semana. Compré un snack para el camino y cuando llegué a casa estaba tan de buen humor que me decidí a preparar arroz teriyaki de bolsita. Abrí la ventana porque corría un viento agradable y el olor concentrado de Reiko no es para relajar a nadie. El agua estaba hirviendo en la olla y puse el arroz duro con polvo y vegetales petrificados dentro, tomé la bolsa para revisar las instrucciones y tuve que lanzar un grito, uno de esos gritos instintivos de auxilio antes de darme cuenta de que la bolsa se estaba quemando, gracias al efecto del viento sobre la flama, y mi dedo junto con ella.
Las ventanas se cierran hasta nuevo aviso. 

domingo, 24 de marzo de 2013

Ciertas vacaciones

El agua corre tibia sobre los desechos de la loza acumulada de la semana. Todos están de vacaciones. Mi perro chilla e inútilmente le pregunto por qué, como si no supiera que su felicidad consiste en correr nuevos pisos y oler la orina de sus semejantes en las esquinas. 
Lavo los platos, las tazas, los cubiertos y ese incesante sonido de agua hace correr mis propias lágrimas. Lágrimas de nada, podría decirse; o lágrimas de encierro; o lágrimas de arrepentimiento, sencillamente. Me inclino un poco en la pared porque el llanto es agotador, pero no dejo de fregar la cuchara; alguien tiene que poner orden en esta cocina, y esa no va a ser Reiko.

lunes, 4 de febrero de 2013

La dieta

Habían pasado apenas dos días desde que depositó dos bragas, un pantalón, desodorante y otros componentes del kit de supervivencia en casas ajenas y, junto con la perra había mudado su residencia temporalmente a la casa de su amantenovio. 
Ya se había acostumbrado al lado derecho de la cama, ya se había acostumbrado a la antes extraña sensación de sentirse observada mientras fingía leer y en lugar de leer revisaba cuentas de Instagram ajenas, ya estaba acostumbrada a estar absorta en un texto y voltear de repente y encontrar los ojos de él perdidos en su dirección, como si la viera, pero no la veía, aunque tal vez la estuvo viendo, hacía ya algunos párrafos, cuando ella no fingía leer y seguramente (pero nunca lo sabría) lucía encantadora.
Desde hacía unas horas la habían asaltado unas ganas obsesivas de comer galletas, pero como el desayuno había sido excesivo y el almuerzo también sentía que no podía simplemente proponer ir al Oxxo a comprar porquerías, además cada dos días clamaba estar a dieta, lo proclamaba para que él le dijera que estaba flaca y que era innecesario. 
¿Mi brazo se ve como el de ella? -preguntó mostrándole la foto de una amiga cercana de brazos regordetes-. No, para nada -respondió él-. ¿Vamos al Oxxo?

domingo, 13 de enero de 2013

Una niña en el metro

Estaba toda vestida de mezclilla y traía un pequeño bolso rosa, iba muy atenta; como si estuviera cuidando a alguien, pero iba sola. Debía tener unos diez años. Usaba un aparato para la sordera. Su piel era morena e impoluta y a cada lado del rostro le colgaba una trenza de la que salían muchos pelitos crispados. 
Pasó una estación. Estaba sentada a mi lado y yo no podía dejar de mirar sus mejillas llenas y los ojos ligeramente rasgados. Tenía la bolsita sobre el regazo y las dos manos sobre ella.
Tuve ganas de acomodarle el fleco, acariciarle la cabeza, darle una frase, una palabra que la consolara en los años venideros cuando su piel dejara de ser perfecta, sus facciones se tornaran duras y su sordera insoportable. Me quedé mirándola dos estaciones más y pensé en que a ella también le llegará el día en que querrá desaparecer y me hubiera gustado darle un talismán contra la tristeza, tal vez porque me recordó a mi hermana cuando tenía esa edad y quise redimirme.
Se bajó del vagón y yo me puse a escribir.