Tras mi propio rastro- Hechizos

domingo, 28 de julio de 2013

Somewhat

Me pregunto si se pueden sobrevivir setenta años sumida en la indiferencia, en medio de un bostezo. Estoy ahuecando mi cama de tantas vacaciones. El hoyo negro sigue succionando todas las posibilidades de felicidad, cifrando nuevas cada vez más complejas.
No hay miradas interminables al techo sin grietas de mi departamento, como las novelas me enseñaron que hacen los protagonistas tribulativos. Las grietas del techo van bien con las dudas existenciales, y como yo no tengo más pesares que no poder comprar un par de botas caras, mi techo se mantiene uniforme.
Entre los asuntos más relevantes que encuentro en mi vida está que volvió mi hábito de morder y chupar la ropa que traigo puesta; nunca la doblada, por ejemplo, ese las monjas me lo quitaron alguna vez y no sé si ahora puedo erradicarlo sola.
Tengo que decirle al psiquiatra que me distraigo fácil, que el decorado de cartón se cayó otra vez del escenario, que la ansiedad se viste de alergia, que los párpados se me están obscureciendo. Que estoy harta de pasar los días esperando, esperando...

Es una inmensa cobardía seguir tirada en esta cama y no estar volando por la ventana.

martes, 9 de julio de 2013

Un gesto

Me puse por primera vez la chamarra que compré cuando la temperatura estaba alrededor de los treinta grados. Últimamente en nuestros paseos nocturnos hace frío y el viento sopla en Gante. Hoy estrené. Durante un rato me dedico a lanzarle la pelota a Reiko, perseguirla, gritarle, felicitarla, me convierto en su payaso y ella en la reina.
Estoy acostumbrada a que a media noche la gente se nos quede mirando, parece ser que hacemos una pareja vistosa. Ella feliz y yo medio muerta, pálida y abatida. Algunos transeúntes se acercan, a los vagabundos les gusta saludar a los perros y preguntar sus nombres. Ya no les temo, aunque algunos me ponen nerviosa.
Pasó un comerciante de la calle con una bolsa negra de plástico al hombro, desde lejos vi cómo dirigía sus pasos para pasar a nuestro lado y cómo, ya más cerca pero habiéndonos pasado, se quedó de pie hurgando en su bolsa. Fingí no darme cuenta. Tiré la pelota. Me concentré en la misión de cansar a Reiko.
De repente estaba a mi lado ofreciéndome una rosa, preguntando si podía regalarme una flor. Lo miré esperando que diera el precio para poder decirle que no cargaba más que mis llaves pero él guardó silencio y tras una breve pausa preguntó de nuevo. Dije que sí y estiré la mano, todavía dudosa. Sostuvimos la mirada. Era joven y bien parecido. Me pasó la flor y se dio la vuelta. No sé si sonreí. Me quedé ahí parada, un poco sorprendida y pensando en las posibles formas en las que esta rosa podría llevarme a ser secuestrada y violada.
Ahora la flor está bien acomodada en una botella, sobre mi escritorio. Venenosa tal vez.
La ciudad está llena de mitos, de miedo a los desconocidos.