Caminábamos de regreso al auto, íbamos lento para perder el tiempo. Quiso enseñarme un restaurante que había visto camino al café donde nos vimos, pasamos, se veía agradable y atractivo, al lado de una tiendita llena de libros y objetos lindos. Nos paramos frente a la minúscula tienda a ver las curiosidades. A nuestro encuentro salió el dueño a preguntarnos si estábamos ahí por lo de Bellatin, atontados, respondimos torpemente con una pregunta y nos hicimos más hacia el lado del restaurante, del que salió una mesera a preguntar si estábamos por el evento, sin más nos dirigió al patio interior del edificio, pasamos por la bulliciosa y en exceso iluminada cocina y llegamos a un pequeño espacio con una mesa alargada bajo mantel blanco y sillas para los invitados. Era la presentación del libro "Disecado" y nos quedamos. Nos sentamos en segunda fila, la primera era para personas importantes e hicimos chistes y gestos inadecuados. El patio se llenó. Tras el anuncio de bocadillos al final esperamos con entusiasmo, escuchamos a los presentadores, al escritor, un ensamble y comimos.
Cuando salimos estaba obscuro y llovía.
La tarde había sido buena: una entrevista, café y pastel, deberes de escuela cumplidos, presentación de libro, esa sustancia mágica de alegría nos envolvía y las florecillas de jacaranda caían y llenaban las banquetas. Nos subimos al auto y abrimos aprisa las ventanas para conciliar el insoportable silencio que nos unía.
La tarde había sido buena: una entrevista, café y pastel, deberes de escuela cumplidos, presentación de libro, esa sustancia mágica de alegría nos envolvía y las florecillas de jacaranda caían y llenaban las banquetas. Nos subimos al auto y abrimos aprisa las ventanas para conciliar el insoportable silencio que nos unía.
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