Tras mi propio rastro- Hechizos

jueves, 10 de junio de 2010

No es nostalgia

Hubo un tiempo, hablo de un tiempo mío en el que era una niña y hasta no hace mucho, en que el acto de escribir era distinto. Había que verse la cara en los trazos de las letras que dibujábamos, había que detenerse un momento con la punta de la pluma (de la lengua) en el papel mientras buscábamos la siguiente palabra adecuada y a veces la tardanza se imprimía en una mancha; el error en una serie de líneas superpuestas a las palabras, oraciones y hasta preposiciones equivocadas. Las líneas que intentábamos horizontales y que regularmente tendían a escaparse estaban llenas de subíndices indicando cambio de palabra, había flechas hacia todas direcciones redireccionándolas también. Siempre resultaba evidente la duda y la excitación en los cambios de letra: continuo y apretado para la claridad y lento y grande para la duda. A veces una hoja en blanco sólo lograba ser vencida con el comienzo de una frase que no encontraba eslabones dentro de una tentativa de narrativa forzada en mi cabeza.
Cuando una idea lograba aclararse entre tanto lío formal, si me gustaba, había que pasarla "en limpio" a una nueva hoja, y esa hoja llevaba consigo, tras de sí, muy en el fondo, la otra sí misma: la de las manchas y las flechas y los borrones de odio, la que guardaba el secreto del tránsito de una idea a su traducción al sistema. El mapa de los estragos de la mente.
Ahora no hay evidencias. Nuestros productos aparecen inmaculados, sin memoria. Nuestros dedos han dejado de danzar por las palabras, sólo dan saltos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario