Tras mi propio rastro- Hechizos

martes, 9 de julio de 2013

Un gesto

Me puse por primera vez la chamarra que compré cuando la temperatura estaba alrededor de los treinta grados. Últimamente en nuestros paseos nocturnos hace frío y el viento sopla en Gante. Hoy estrené. Durante un rato me dedico a lanzarle la pelota a Reiko, perseguirla, gritarle, felicitarla, me convierto en su payaso y ella en la reina.
Estoy acostumbrada a que a media noche la gente se nos quede mirando, parece ser que hacemos una pareja vistosa. Ella feliz y yo medio muerta, pálida y abatida. Algunos transeúntes se acercan, a los vagabundos les gusta saludar a los perros y preguntar sus nombres. Ya no les temo, aunque algunos me ponen nerviosa.
Pasó un comerciante de la calle con una bolsa negra de plástico al hombro, desde lejos vi cómo dirigía sus pasos para pasar a nuestro lado y cómo, ya más cerca pero habiéndonos pasado, se quedó de pie hurgando en su bolsa. Fingí no darme cuenta. Tiré la pelota. Me concentré en la misión de cansar a Reiko.
De repente estaba a mi lado ofreciéndome una rosa, preguntando si podía regalarme una flor. Lo miré esperando que diera el precio para poder decirle que no cargaba más que mis llaves pero él guardó silencio y tras una breve pausa preguntó de nuevo. Dije que sí y estiré la mano, todavía dudosa. Sostuvimos la mirada. Era joven y bien parecido. Me pasó la flor y se dio la vuelta. No sé si sonreí. Me quedé ahí parada, un poco sorprendida y pensando en las posibles formas en las que esta rosa podría llevarme a ser secuestrada y violada.
Ahora la flor está bien acomodada en una botella, sobre mi escritorio. Venenosa tal vez.
La ciudad está llena de mitos, de miedo a los desconocidos. 

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