Los paseos nocturnos de Reiko se han convertido en más que mera responsabilidad como dueña, es mi oportunidad diaria de reconciliarme con el Centro Histórico. Caminando, encuentro a los durmientes bultos variopintos sembrados entre las macizas columnas de roca frente al Zócalo; una cuadra entera de gris, paredes rojizas, pero apagadas, banqueta de cemento, botes de acero, y junto al bote una festiva cajita de La Ideal, con motivos azules y blancos, ligeramente salpicados de rojo; más adelante, junto al bote de la basura otra vez, botellas de licor barato y después; una mujer leyendo, sentada en la maceta de un árbol de tronco gris, leyendo, extrañamente, a la luz de un farol en mitad de la noche. La gringa vagabunda, por el final de otra cuadra, intentando estafarme por enésima vez. Y ya llegando a la calle de Motolinia surge una incesante comezón en el pezón izquierdo que exige mi mayor creatividad apaciguar. Hay días en que todo esto resulta inspirador y pienso que si escribiera algo, tendría que ser sobre las impresiones que tengo de este lugar.
Tras mi propio rastro- Hechizos
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