Tras mi propio rastro- Hechizos

sábado, 26 de noviembre de 2011

Línea azul

Aquel hombre hacía, como la mayoría de nosotros, lo que le resultaba más natural: exponía su condición marginal por los vagones del metro y las avenidas más concurridas, esperando a cambio una moneda. 
Si podía hablar era un misterio para los que lo veíamos deambular por la vía pública. Los instrumentos con que cargaba eran curiosos; una botella de refresco enorme con el cuello cortado, llena de bordes hechos a mano y adornada toda con brillantina y un peine rosa fucsia colgando de un cordón atado a la botella, el peine servía para rascar las lonjas del envase y producir un sonido apagado y arrítmico, que acompañaba con una serie de mugidos provenientes de su estómago, como la voz articulada del hambre. Su boca gesticulaba más de lo que producía, parecía que estuviese buscando aire, parecía estar tomando interminables bocanadas, sin saciarse. Parecía estar a punto de decir algo. 
Era el monólogo mudo de un durmiente, pero con los ojos abiertos, muertos, sin dientes, cercados por una prominente barba descuidada y sin descanso. Del otro lado del mundo, a un par de metros, otro mudo del vagón  balbucía para nadie, con su pluma, la silueta del vagabundo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario