Tras mi propio rastro- Hechizos

martes, 1 de noviembre de 2011

Noches de noviembre

El que me hubiera visto bajar del elevador con los ojos hinchados, acuosos y la nariz enrojecida y llena de mocos, sosteniendo mi basura orgánica muy cerca de mi pecho -Reiko y dos mosquitos eran la única cosa viva en el elevador- habría tenido varias opciones para adivinar; el estúpido pensaría que lloraba porque tenía que tirar mucha comida intacta, el sardónico diría que lloraba por haber perdido la correa de mi perra, el cursi sentiría que lloro porque vivo sola en el último piso: "una muchachita tan jóven y callada, tan solita", porque no debe ser fácil estar sin la familia -y habría acertado un poco-, el cruel creería que invento mis estados de ánimo y me paseo con ellos para regresar a mi cueva a escribir al respecto. Por fortuna mis vecinos se procuran una vida fuera de los pasillos que Reiko y yo recorremos intentando olvidar, sólo el no-vecino malvado, el izquierdo, el ojo que veo por el rabillo del mismo círculo que ve... ni se muda ni se calla.

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