No me he quitado los lentes de sol en todo el recorrido, diría que no me importa que la gente del metro me vea, pero soy muy vanidosa y no quiero que la imagen instantánea que tengan de mí sea la de "la joven con el grano entre los ojos". Todo va normal, ellos no me ven el grano y yo veo todo obscuro. Cuando me levanto del asiento corrido, la vieja, hasta entonces a mi lado, expande su abultado trasero hacia el lugar que acabo de desocupar y luego con un movimiento de cabeza autoritario desafía al resto de los pasajeros. Algunos se quedan parados, agarrados al tubo de metal que tienen junto a sí. Me desconciertan, estoy a punto de bajar y no los entiendo, afortunadamente antes de perderlos de vista, la única otra chica del vagón parada toma mi antiguo asiento y el orden se restablece.
Tras mi propio rastro- Hechizos
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