Tras mi propio rastro- Hechizos

sábado, 27 de noviembre de 2010

Luto


“Todos en la sala estaban en silencio” sería bueno decir para empezar: “todos estaban en silencio y con la cabeza baja, era como si la luz fluorescente que azotaba todas las coronas de flores; las galletas abandonadas en las mesitas; los sillones y los trajes, les dejase también exhaustos e indignados...” pero no fue así. En la sala se percibía cierta alegría, las personas se abrazaban, charlaban entusiastas y engullían bocadillos que tomaban azarosamente del plato.

Si lo que presencié se llama luto y las viudas mudas y vestidas de negro pertenecen a otro tiempo, como tantas cosas que damos por sentadas, esta época tiene su propio luto, que no corresponde ya con la definición del diccionario: el luto se quedó atorado en la etapa de evasión.

Todo el salón olía a pitahayo, esa flor que despide un olor a viejo, a rancio. Los menos indiferentes acompañaban dormidos, soñando, tal vez, con el que dejó su cadáver presente. El ataúd yacía olvidado por todos en el centro de la sala, ni una mirada, ni siquiera de reojo para asegurar que ahí siguiera; pero ahí seguía rodeado de flores que portaban cintas con despedidas: las flores y el cuerpo que irían al día siguiente a la tumba esperaban y callaban. El hombre-sombra miraba atónito a sus hermanos.

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