Tras mi propio rastro- Hechizos

sábado, 6 de junio de 2015

Temporada de higos

Yo no sé si tú te acuerdas, de cómo era al principio. El árbol se vino abajo.
Recuerdo el pasillo negro y la noción de cuatro puertas. La última puerta, el rectángulo iluminado al final, daba al patio, y en el patio había una higuera. Fragante. 
Diremos que el principio fue dulce. Manos cálidas sintiendo mi espalda. Un millón de alegrías y la ingenua manía de jugarse las cartas y poner en el acto, sobre la mesa, la esperanza. Y, de todas formas, ¿de qué más disponíamos?
Los frutos maduros llamaban desde la soledad del patio. Caminábamos, niños, doblemente cegados por el perfume y el resplandor del sol sobre la arena al final del pasillo. Íbamos en procesión hasta la higuera para quemarnos los pies. El árbol nos recibía, rodeado de higos podridos. Y el zumbido de las moscas nos aturdía. Entre las frutas reventadas y hervidas de hormigas no se podía escoger. Los higos comestibles estaban lejos del alcance de nuestras manitas.
¿Y qué? Al fin y al cabo, solamente nos quedamos con los comienzos, con la primera seducción, con la primera nota.




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