Tras mi propio rastro- Hechizos

miércoles, 12 de octubre de 2011

Soberbia

Alguna vez -entre los trece y los quince años- creí que masticar hostias era la prueba última de que en adelante mi vida sería una sucesión de escupitajos directos a la cara de Dios.
Hoy, tras algunos cigarros, tés y chismes creí que una tarde era suficiente para penetrar la Retórica y salir airosamente germinada, dejando las hojas blancas y negras manchadas con tinta rosa flourescente. Dios sabía, sin embargo, que si algo necesitaba después de una tarde ociosa de incomprensión que desató mis cuerdas vocales y, por qué no decirlo, mi estupidez, lo único que realmente necesitaba eran seis cuadras caminando en la lluvia y el frío sin paraguas o abrigo para recordar que tanto mis intentos intelectuales son vanos como mi cuerpo mortal y enfermizo.
Él sabe también que cada día que amanezca soleado en una fila de lluvia desalmada yo saldré ingenuamente en shorts y sin paraguas hasta la eternidad. 
El bulto caliente y peludo me esperaba, y ahora creo que nada ha sido en vano, aunque las lámparas del pasillo siguen sin prenderse cuando paso frente a ellas.

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