Tras mi propio rastro- Hechizos

sábado, 9 de junio de 2012

Ventana y terraza

Cuando abro la ventana Reiko se asoma la primera vez muy entusiasmada, alarga el cuello hacia afuera y mueve la cola, se queda ahí un momento, absorbiendo -yo supongo- la luz, los olores, los ruidos. Después regresa a recostarse en algún rincón del departamento y vuelve con intermitencia descuidada al cuadro de afuera.
A veces, en la terraza que se ve desde la misma ventana, la de un departamento en el piso de abajo, ronda otro perro. Reiko debe escuchar el tintineo de sus uñas cuando sale y camina sobre las losas de cerámica, porque de inmediato da un salto y corre hacia la ventana. Se miran, no ladran, no gruñen, no chillan. Permanecen quietos mirándose, con la noción de que algún tipo de vacío los separa, yo diría la muerte, pero ellos simplemente no saltan para tocarse. No son tontos. Tienen en medio escasos siete metros de aire y ninguno de los dos se inmuta porque no los puedan atravesar para mordisquearse las orejas y correr el uno tras el otro.
Una gaita toca frenética y repetitivamente la melodía de "Cielito lindo", y si yo tuviera colmillos y fiereza me lanzaría y le despedazaría la garganta al sujeto que la hace sonar. 

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